Un perro aulla en la lejanía, los viejos buenos tiempos se fueron; su vetusto amo montado en la burra sale para la taberna con lo que queda de sus siervos. Son Ezarate, Pi, Kordas, los de su antigua casa, solo despojos de las antes nutridas huestes. Esperan encontrar al nuevo sheriff Magister y la banda del IRC, jugando a las cartas. Intentando recuperar algo de la autoridad de los antiguos tiempos, Ecemaml les habla:
Su burra rebuzna al oír de la Rosy, pero los del IRC ni siquiera se inmutan. La vieja madame no quiere más trifulcas en su santa casa, pero nadie la escucha. Por ella también han pasado los años. El avejentado y caduco excaudillo insiste con los escasos redaños que le quedan y fingida humildad:
Más aún, cogiendo el ronzal de su burra de las manos de Ezarate, la empuja hasta el centro de la sala, donde el animal, echando espumarajos de rabia contra todo y contra todos, farfulla casi como persona:
Ecemaml, su compañero de trabajo y sus siervos callan, porque no saben nada. Magister sólo enseña la carta del checkuser, que se guarda en la manga. La burra sigue, sin respirar siquiera, y ha de ser el predicador del pueblo quien, cumpliendo con la madame y cansado ya de tanto rebuzno, termine por callarla a bastonazos.
Ecemaml, con un aire de tristeza, suspira porque añora a su viejo burro de pura raza gallega. Pero hace un último esfuerzo y reuniendo los escasos bríos que aún conserva, con voz temblorosa se dirige a la concurrencia. Buena parte del pueblo se niega en redondo. El buen Ece ya no es el sheriff del pueblo, la prevaricación y el nepotismo acabaron con su ya escasa valía; y su palabra, después de aquel "penoso asunto", ha dejado de ser ley.